Por momentos, los factores ambientales condicionan los
estratos más profundos de la personalidad y, sin especulaciones, el poeta, testimonia su
realidad, inmersa en el contexto geohumano.
En las formas primitivas de la vida, el interrogante no
se plantea. Es el emergente de la dinámica del hombre. ¿Y cuando la apertura es
formulada por un filósofo o un poeta?
Precisamente un filósofo, Haidegger, sostiene que el
lenguaje es la casa del ser. En su vivienda mora el hombre.
En Oscar Ochoa de la Maza, la palabra aguijonea en su
búsqueda de la verdad. Es el Hombre, sometido a procesos mutiladores que se reconstruye
en un cuasi-romántico, juego de luz y sombra. En cada verso o idea, la diminuta figura de
un niño se fusiona en el útero de la madre-mito; y, a través de ella, el ánima
(mujer) renace constantemente. Es el Prometo con un fuego muy particular, permitiendo
captar el orden secreto de una inteligencia discriminadora.
La humanidad y su historia poseen una estructura
cíclica. Y cíclicas son sus creaciones. El poeta siempre vuelve a sus orígenes. A la
imagen arquetípica concretadora de imágenes y fantasías. Por ello, cada poema en Ochoa
de la Maza es un sistema de significantes donde percibimos lo pictográfico de nuestros
momentos. De la acción del hombre sobre el hombre.
No queremos definir procesos poéticos: caeríamos en
una pura tautología.
Ochoa de la Maza es un desafío para el lector. Un
retorno a la dialéctica comunicativa que nos plantea un estar con nosotros mismos,
comprometidos frente a la vida y la muerte.