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Señor Alcalde de Santiago, don
Jaime Ravinet de la Fuente; señores representantes del cuerpo diplomático acreditado en
Chile; señores Consejales por Santiago; señores presidentes del jurado, don Jorge
Guzmán y don Jaime Quezada; autoridades de gobierno; autoridades municipales;
representantes de la Sociedad de Escritores de Chile; escritores galardonados, colegas;
representantes del mundo del arte y de la cultura; representantes de asociaciones
gremiales y sindicales; señoras y señores:
Me toca en nombre de los premiados,
agradecer la oportunidad que nos han dado de obligarnos a corregir, a terminar libros
(quizá publicar se justifique solamente por el hecho de dejar de corregir). Ustedes nos
han permitido esta posibilidad y, al mismo tiempo, esta alegría que es atributo de los
premios literarios.
En Argentina, en Buenos Aires, en
su casa, la ultima vez que pude conversar con Jorge Luis Borges hablamos de los premios
literarios. Y me dijo algo que quiero compartir con ustedes: Los primeros
literarios son de esas pocas cosas en la vida que nos dan alegrías y nunca tristezas. Decía
que sería como insensato ponerse triste por no ganar un premio literario (a veces
producto simplemente de felices equivocaciones), pero siempre da alegría.
Esa misma tarde, me contó que le
habían dicho que en Oriente no existían las historias de la literatura. No sé si es
cierto (hay personas de mucho prestigio aquí que podrían afirmarlo o negarlo), pero la
idea es seductora; porque la que quería decir Borges es que las historias de la
literatura son una debilidad occidental ( que me atrevo a afirmar, nos obliga a veces
por la exactitud de las fechas- a recordar señores y señoras que deberíamos haber
olvidado, actitud que atenta contra el placer natural por la lectura). Para un oriental
existe solo lo vigente. Es decir, pueden repetir un poema de Li Po, otro actual, sin
sentir el compromiso de aclarar la diferencia de siglos entre ambos; si esta vigente
existe.
En conferencias posteriores,
ejemplificó esta idea con una trampa, que también deseo compartir con ustedes.
Afirmaba que los marineros
fenicios, a punto de hundir su nave, se valían de ciertas inspiradas plegarias.
Identificados con el mar, conscientes de su fuerza (Neruda también lo reconoce y lo
dimensiona en aquello, que seguramente ya están recordando, de Yo sólo puedo luchar
contra la fuerza de los hombres), apelaban a la condición de hombres para pedir a
sus dioses:
Dioses: no me vean como un
dios, sino como un hombre destrozado por el mar.
Tenían otra sentencia más rica
que esta, incluye la idea de la reencarnación, idea a la que adherían:
Duermo, luego vuelvo a remar.
O sea, ellos concebían la vida
como vida en el mar; sentían el destino de remadores, por lo tanto la muerte ellos
creían en la reencarnación- no podía ser otra cosa que la espera entre remar y volver a
hacerlo.
Como modo de explicar esto, Borges
aclaraba que había hecho una trampa. Y la trampa consistía en su desconocimiento de que
esto lo dijeran los fenicios. Él lo había leído en un cuento de Kliping que se llamaba A
la manera de los hombres. Tampoco sabía si Kipling lo había leído en algún
lado, o si Kipling, que también era hombre de mar, se había identificado con los
fenicios y había imaginado para sí igual destino, y, como buen poeta que era, pudo
suponer que los fenicios pensaban así. Entonces la pregunta, la reflexión que surgía
era: Los anónimos marineros fenicios vivieron en el siglo I d.C., Kipling ya murió, si
nosotros sentimos la magia de la poesía, ¿qué importa que un fantasma u otro lo haya
escrito?
Siguiendo con este razonamiento,
como lector, les pregunto: ¿Qué hacen los escritores sino darle buena forma a lo que
todos pensamos? Como lectores, a cada línea y a cada verso, les ponemos nuestra historia,
nuestras pasiones, nuestros amores, nuestros odios. Creo que no estaría del todo errado
sostener que somos como coautores de lo vigente. Cuando repetimos o leemos cada línea o
cada verso les damos vida. Podemos discutir la muerte de Neftalí Reyes o Lucila Godoy,
pero algunos de los presentes, ¿se atrevería a firmar el certificado de defunción de
Gabriela Mistral o Pablo Neruda?
Si coinciden conmigo (ustedes saben
que el tiempo confunde las fechas, y las historias de la literatura las recrean),
compartirán las tres afirmaciones siguientes.
La PRIMERA es que Gabriela puede
estar aquí, con nosotros, en este momento.
La SEGUNDA, que, en lugar de estas
torpes palabras de agradecimiento, nos podría haber terminado de leer aquello de:
Del nicho helado en que los
hombres te pusieron,
te bajaré a la tierra humilde
y soleada.
Que he de dormirme en ella los
hombres no supieron,
y que hemos de soñar sobre la
misma almohada".
Aquello que le significó ganar, en
este mismo lugar, el primer premio en 1914.
Y TERCERA, que ( por este juego de
tiempos que se mezclan y fechas que se confunden) sería de alguna forma válida sostener
que este miércoles 2 de noviembre de 1994 le trajimos nuestros textos, y seguramente, con
sinceridad, mucho le hubiera gustado a ella que le gustaran las cosas que hemos escrito.
Han sido muy amables. Muchas
gracias.
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